Título: El viejo y el mar
Autor: Ernest Hemingway
Género: Novela
Primera edición: 1 de septiembre de 1952, The Old Man and the Sea, Revista Life.
Autor: Ernest Hemingway
Género: Novela
Primera edición: 1 de septiembre de 1952, The Old Man and the Sea, Revista Life.
EL VIEJO Y EL MAR, DE ERNEST HEMINGWAY
Miguel Bravo Vadillo
El viejo y el mar, de Ernest Hemingway, es una novela conciliadora. Nos
concilia con la humanidad, con la naturaleza, con la vida, con el mundo y aun
con el destino incierto del hombre. Su lectura deja un poso de quietud en el
alma. Hemingway consigue con esta novela que el hombre, el lector, no se sienta
solo en su odisea particular: alguien ha comprendido los rasgos que definen (a
la par que limitan) la frágil pero perseverante naturaleza humana y ha sabido
poner sobre el papel preocupaciones y conflictos de carácter universal. No en
vano, su autor, cuando la escribía, pensaba en universales, tal y como hacían
los antiguos griegos. Y pensar en universales, al decir de Pavese, significa “formar parte de una sociedad que, si bien
no ha abolido el dolor, la angustia espiritual o física y la problemática de la
vida, sí dispone de instrumentos para sostener una lucha común y unánime contra
el dolor, la miseria y la muerte”. Y si pudiésemos preguntar al propio
Hemingway por el principal de esos instrumentos, no me cabe la menor duda de
que respondería que ese instrumento es el valor.
El viejo y
el mar es una novela que engarza con la tradición de la épica griega (después
de todo, es en la mal llamada “poesía épica”, que nunca fue verdadera poesía,
donde hay que buscar el más lejano precedente de la novela), aunque en este
caso Hemingway trace la epopeya de un hombre sencillo, además viejo, muy alejado
de los caracteres externos del héroe grecorromano; pero, creo, en cualquier
caso, que estamos ante la figura de un héroe moderno en una época en la que la
novela se centraba, casi de manera absoluta, en la figura del antihéroe (cabría
citar a Meursault, el protagonista de El
extranjero, la célebre novela de Albert Camus, como una clara antítesis de
este personaje de El viejo).
El viejo y
el mar es un canto a la esperanza en una época en la que el mundo había
sufrido dos guerras mundiales casi seguidas. Es también un canto de respeto a
la naturaleza en la época de las grandes migraciones del campo a la ciudad; un
canto en el que se demuestra, y se acepta, que la naturaleza puede ser hostil
con el hombre pero que es hermana del hombre porque éste, como ser vivo, forma
parte de la propia naturaleza. Y tiene, además, su particular mensaje ecológico:
no se puede dominar la naturaleza sin respetarla. Podemos ver que el hombre no
es gran cosa comparado con las fuerzas de la naturaleza. Ésta lo sobrepasa, al
mismo tiempo que la fortuna y determinados imperativos de la vida lo limitan y
condicionan. Pero el hombre puede mantener su dignidad y su lucha si se
esfuerza en ello y usa bien su inteligencia y el pundonor que lo hace grande
(estamos leyendo a Hemingway). Y lo inteligente, y lo honesto, es que el hombre
se alíe con la naturaleza si quiere sobrevivir: protegerla es protegerse a sí
mismo. Hay un pasaje en que hombre y pez navegan juntos, con un objetivo común:
llevar la barca (a distintos niveles de lectura, la barca puede ser símbolo del
planeta y aun del propio espíritu del hombre) hacia un puerto seguro.
El viejo y
el mar es también una novela en la que se produce una curiosa
sublimación platónica: un hombre solo en medio del mar se convierte en
metáfora, en representación de todos los hombres, de la humanidad al completo.
Es difícil leer esta novela y no meterse en la piel del personaje, y no
sentirse (a poco que se tenga algo de experiencia de la vida) reflejado en el
personaje. Pero sabemos que es el reflejo de todos los hombres, de ahí que la
obra nos hermane y nos aproxime al sufrimiento de los otros, que es nuestro
propio sufrimiento. Y así es como el autor pone de relieve que es necesaria la
solidaridad entre los hombres si queremos hacer de este mundo un lugar más
habitable. Al fin y al cabo, es difícil sentir la necesidad de ser solidarios
si no nos concienciamos primero de que incluso la individualidad y la libertad
más acérrimas (y que quede claro que yo defiendo esa libertad y esa
individualidad) no pueden sostenerse fuera de una fraternidad universal para
con la naturaleza y nuestros semejantes. Es necedad lanzar bombas contra cualquier
lugar de este mundo, abrigando la pretensión de que nuestra propia casa quede
intacta (nuestra casa es el mundo); dicho de otro modo: todo el daño que
hacemos a los demás acaba por revolverse, de una forma u otra, contra nosotros
mismos. No hay solidaridad, por tanto, sin una conciencia previa de fraternidad,
de pertenencia a una colectividad y a un destino común.
El viejo y
el mar es una novela poética, narrada con tal contención y sencillez
(con los elementos justos e imprescindibles, sin abusar de ningún recurso, sin
divagaciones ni subterfugios) que jamás cae en el patetismo. Podemos encontrar
en esta obra de Hemingway lirismo, poesía
contenida; pero nunca patetismo. En ningún momento el protagonista siente
lástima u horror por su condición de hombre, al contrario, la acepta con orgullo
y enfrenta las pruebas a las que se ve sometido con virilidad y estoicismo,
resistiendo hasta el final. El viejo
de la novela no sucumbe a sentimientos derrotistas ni de autocompasión. Hay en
esto, a mi modo de ver, una clara superación de ese fatídico pesimismo que
arrastraba a los personajes de la tragedia griega hacia un final indefectiblemente
funesto (como si, en cierto modo, todos se complacieran en sus desgracias y en
poner fin a sus vidas de la manera más dramática posible). El viejo sabe que la vida es lucha, y aun así aprecia la vida y no
se rinde ante la lucha. Resiste. Y quien resiste, como ya decía Cela, gana. Si
la victoria no es física, lo será moral. Los verdaderos héroes de la Ilíada, ya lo dijo Borges, no son los
griegos, sino los troyanos. Hemingway enfrenta la épica a la tragedia (no sólo
a la tragedia griega, sino también a la concepción trágica que de la vida
tenían algunos de los fundadores de la tradición literaria norteamericana,
tales como Melville o Hawthorne; puede que el estilo de Moby Dick tenga cierto acento épico, pero la historia que narra es
trágica: al final todos mueren, menos el narrador, pues de lo contrario nadie
hubiese podido contar la historia), y recupera para la novela –como ya he dicho
más arriba– algo insólito en sus argumentos: la figura del héroe y la dignidad
de la épica, en la que las voces del coraje y la esperanza vivifican el quehacer
diario de un hombre sencillo y su pugna por la subsistencia.
En un
rasgo de absoluta maestría, el desahogo a tan vigorosa contención nos llegará a
través del llanto del muchacho (el otro personaje humano de la novela). El muchacho llora por ese destino del hombre
expuesto a constantes trabajos que no siempre dan los frutos apetecidos (Albert
Camus nos hablaría sobre el trabajo absurdo y el destino absurdo del hombre en El mito de Sísifo), trabajos a los que
sólo puede poner fin la muerte. Con inteligencia y sensibilidad el
autor coloca ese llanto en el niño, y no en el anciano (pues ese gesto podría
ser tomado como un rasgo de debilidad en quien, a lo largo de su aventura
marina, sólo ha demostrado fortaleza y entusiasmo); pero en ningún momento hay
concesiones a la sensiblería en la novela, narrada con un estilo sencillo y
directo. El viejo pone su esperanza en el trabajo que mejor sabe hacer, y no
considera que esa esperanza sea absurda. No importa que lleve ochenta y cuatro
días sin pescar un pez, seguirá insistiendo hasta lograr lo que persigue, pues
considera que para eso ha nacido. Y tampoco importa si luego pierde el pez que
tanto trabajo le costó capturar, porque al día siguiente volverá a echarse a la
mar en busca de otro. Sabe que la mala suerte no puede durar siempre: está bien
tener suerte, como él mismo dice, pero él confía más en el trabajo bien hecho. Hay toda
una filosofía de la vida compendiada en El
viejo y el mar.
En cierto modo, toda la novela es una alegoría
que vendría a representar la vida esforzada de los hombres y, por tanto,
también la del propio Hemingway. Pero, siguiendo la estela de esa primera
generación de grandes escritores estadounidenses (Melville, Hawthorne, Emerson,
Whitman, Thoreau…), Hemingway va más allá de la simple alegoría, más allá
incluso de una mera interpretación épica del mundo, o de la descripción poética
de la realidad (aunque ésta sea de un extremado carácter vitalista), logrando lo
que aquellos persiguieron (y que más que lograrlo supieron profetizar): la meta
de un lenguaje que se identificara con las cosas, un lenguaje claro y acorde
con la realidad que describe, al tiempo que trascendiera sobre su significado
directo hacia una realidad de carácter más simbólico y mitológico. Y es que El viejo y el mar es una novela reveladora,
y en ella convergen en una unión vital y armónica tanto el mundo del trabajo (ilustrado
por la dura tarea del pescador) como una lúcida y sofisticada concepción de la
espiritualidad humana. Tal es así, que si Moby
Dick es, en cierto modo, el Antiguo Testamento (incluso a su grosor me
remito) de la literatura norteamericana, habría que considerar El viejo y el mar (un volumen más
liviano pero no menos trascendente) como el Nuevo. Y es que hay en esta pequeña
novela incluso cierto carácter redentor de la carga existencial que lleva
consigo el mero hecho de haber nacido hombre.
Pero lo cierto es que la novela ofrece diversas
interpretaciones, según los distintos niveles de lectura a que nos acojamos:
humanista, religioso, cosmogónico, metafísico, etc. El pez puede simbolizar la
propia naturaleza humana, a la que hay que sujetar y educar para aprender a
vivir, y con la que debes contar para llegar a buen puerto. El hombre (y aun su
espíritu) no debería sobrepasar ciertos límites, no debería adentrarse en aguas
desconocidas, donde no puede contar con su experiencia y donde la suerte, como
siempre, puede estar o no de su parte; pero, desde luego, se vuelve más
incierta. Sin embargo, al hombre le puede la curiosidad y la necesidad de
superarse a sí mismo, de descubrir qué misterios, qué fuerzas se ocultan tras
aquello que le inspira temor (¿afán de conocimiento, simple temeridad?). También
es cierto que quien no se arriesga no gana, y El viejo sólo consigue su pez cuando se adentra en esas aguas
desconocidas, pero también por esa misma razón lo pierde. Los tiburones son
todos aquellos que tratan de aprovecharse del esfuerzo de los demás, llevándose
sus ganancias, pero también (a otro nivel de lectura) son los enemigos
espirituales del hombre, y aun de la humanidad en su conjunto (podríamos
considerarlos fantasmas de raigambre metafísica y espiritual). Los tiburones
también pueden simbolizar cualquier tipo de mal o enemigo de nuestra naturaleza,
incluso una enfermedad como el cáncer (que, poco a poco, nos roe por dentro).
El viejo es la
representación de la humanidad al completo (existe, ya lo dije antes, una
sublimación platónica del hombre, así como de todos los elementos que aparecen
en la novela), pero también, por tanto, de cada uno de nosotros y, desde luego,
del propio Hemingway; ya que El viejo
es también un alter ego de su autor. El gran pez de éste sería su novela,
contra la que nada pudieron hacer esta vez los tiburones (¿la crítica, que tan dura fue con su libro anterior?,
¿el público?, ¿los editores?, ¿todos?). El
viejo y el mar resultó ser un éxito sin precedentes en la carrera de
Hemingway. Con ella ganó el premio Pulitzer en 1953, y un año después (y algo tendría que ver en
esto dicha novela y su gran acogida) el Nobel a toda su obra.
Puede que la trama de la novela avance con cierta “lentitud”,
metáfora de un estilo de vida sosegado y de la soledad del mar que transmite el
texto, una vida muy diferente de la que se lleva en las grandes ciudades. Pero
también tiene mucho que ver, creo yo, con el hecho de que conseguir hacer
realidad los propios sueños (conseguir un determinado objetivo que valga la
pena en la vida) es algo que requiere mucho tiempo y trabajo. No es de
extrañar, entonces, que El viejo
tarde tanto en pescar su pez, y que Hemingway se deleite en mostrarnos las
precauciones y diligencias del personaje en su quehacer diario, su esfuerzo, su
paciencia y su temple, a la par que sus visiones sobre el mundo y la
naturaleza, la soledad, la poesía, las angustias, los temores de la vida del
hombre solo en medio del mar (solo en el mundo). En El viejo y el mar hay toda una épica del trabajo bien hecho, y que
no siempre llega a buen puerto. Pero incluso el aparente fracaso tiene su parte
de victoria: siempre aprendemos algo de él. Y, aunque El viejo sólo llega a la costa con el “esqueleto” del pez, eso le
vale para demostrar que lo ha pescado, y que era enorme, y recupera el respeto
de sus compañeros de oficio y la admiración del muchacho que vuelve a faenar
con él (maestro y discípulo, vejez y juventud,
completando y dando continuidad a un ciclo vital). Y, por supuesto,
volverá a recuperar la confianza en sí mismo (no debemos subestimar la
influencia de Emerson en nuestro autor) y a soñar con leones marinos.
La eximia tradición literaria norteamericana anterior
a la llamada generación beat (desde
Poe y Hawthorne hasta Faulkner y el propio Hemingway) daba sus últimos y
agónicos coletazos cuando nuestro autor sorprendió al mundo entero con esta
novela que revitalizaba precisamente lo mejor de esa tradición, lo mejor de una
época que, y Hemingway era consciente de ello, había llegado a su fin. En este
sentido El viejo y el mar es un canto
de cisne en toda regla, y nada podía hacer ya su autor sino volver al pasado
glorioso, a los días "pobres pero felices" que vivió en París, y
entregarse a la redacción de París era
una fiesta (obra que saldría a la luz póstumamente). También Hemingway
había comprendido que su propio final estaba a las puertas. Quizá, como él
mismo escribió en la novela que nos ocupa, debería haberse enfrentado a las
nuevas circunstancias en lugar de mirar al pasado; pero entonces los lectores
hubiésemos perdido la oportunidad de gozar de esas memorias ambientadas en el
París de los años veinte. Vaya lo uno por lo otro.
Dicen que Hemingway era un hombre depresivo y
que albergaba sentimientos contradictorios para con la humanidad. Sentía que la
humanidad estaba en deuda con él (lo pasó mal hasta conseguir éxito literario,
que no se le reconoció enseguida), pero también él se sentiría en deuda con la
humanidad por las muertes que provocó en la guerra. Esta novela podría ser una
manera de saldar muchas cuentas pendientes. Para colmo de males, en los últimos
años de su vida tuvo problemas psicológicos, vivía acuciado por ideas paranoicas
y por un estado de salud que empeoraba día a día. “Si no puedo existir como yo
quiero –confesaba a un amigo en junio de 1961–, la existencia es imposible. Así
es como he vivido y así es como debo vivir… o no vivir”. En la madrugada del 2
de julio se suicidó con uno de sus rifles de caza. Sin duda, el hombre al que
tantas veces había rondado la muerte, no quiso morir de una manera absurda, y
la manera menos absurda de morir es disparando contra esa fiera que uno lleva
dentro, como tantas veces lo hizo con otros leones menos feroces y peligrosos.
No mató al hombre vivo, sino a la decrépita vejez que estaba en ciernes (a sus
fantasmas pasados y a los tiburones presentes); y, como ya dijera Montaigne
(querido maestro), "no es tan grave
salto el del malestar al no ser, como el salto de ser persona florida a ser
persona dolorida y achacosa". Hemingway supo mirar a la vida cara a
cara, sin adornos ni máscaras que la encubrieran, y cara a cara miró a la
muerte (para la cual, como reza el verso de Shakespeare, todo es sentirse
maduro).
El viejo y el mar es el legado admirable de un hombre que vivió, que gozó y sufrió,
que sabía de qué hablaba, que sabía cómo contar lo que quería y necesitaba
contar. Un legado con el cual la humanidad se reconciliaba con él y él saldaba
sus viejas deudas, si es que acaso se sentía deudor. En cualquier caso, es una
novela que justifica una vida. Para mí una obra cumbre de la literatura
universal. Una novela recomendable para todas las edades (la he leído dos veces
con bastantes años de distancia entre ambas lecturas), y es una novela que
–como todo buen libro– crece con el lector.
Hemingway nos demuestra con esta novela que el hombre
moderno también puede ser un héroe en su día a día, y en el mundo que le ha
tocado vivir; porque, como podemos leer en una de sus páginas, el hombre no ha
nacido para ser derrotado. El viejo pescador ha perdido la batalla ese día,
pero al siguiente volverá a su tarea con ánimo resuelto, alentado por el hecho
de que hizo cuanto estuvo en su mano para lograr el triunfo en su empresa.
También los fracasos nos ayudan a franquear obstáculos, a instruirnos y
superarnos a nosotros mismos. El camino hacia el éxito está sembrado de
fracasos. Pero si nos desanimamos con la derrota, jamás conseguiremos la
victoria. La lección de El viejo y el mar
es una lección de vida y de esperanza.
He aquí algunas de las muchas citas que
podríamos resaltar de esta gran novela: “Cada
día es un día nuevo. Es mejor tener suerte, pero yo prefiero ser exacto”, “Se
enfrentaba a las nuevas circunstancias, sin pensar jamás en el pasado”, “El
éxito requiere sufrimiento”, “El hombre no está hecho para la derrota. Un
hombre puede ser destruido pero no derrotado”, “Ahora no es momento de pensar
en lo que no tienes. Piensa en lo que puedes hacer con lo que hay”, “La suerte
es una cosa que viene de muchas formas, ¿y quién puede reconocerla?” En
fin… la vida misma.
El viejo y
el mar es, quizá, después de su propia vida, la mejor novela que
escribió un hombre llamado Hemingway, Ernest Hemingway (no le restemos
importancia al nombre).
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