jueves, 29 de agosto de 2013

“Natasha”, de David Bezgozmis


Escritor David Bezgozmis. Fuente de la imagen

Título: Natasha
Autor: David Bezmozgis
Género: Relato
Primera edición: Harper Collins, Canadá, 2005, con el título Natasha and other stories
Edición comentada: Destino, 2005





UN ACONTECIMIENTO LITERARIO LLAMADO DAVID BEZMOZGIS

Con la publicación de Natasha, David Bezmozgis hizo realidad el sueño de cualquier escritor novel ambicioso: entregar una opera prima a la imprenta y recibir inmediatamente la bendición del público y de la crítica especializada. En este caso, la hazaña tiene mayor mérito al ser Natasha una recopilación de relatos, género menos proclive que su hermana mayor la novela a suscitar acontecimientos literarios de esta envergadura. Cierto que Estados Unidos es un país curtido en consagrar a muchos de sus mejores escritores que han frecuentado previamente el género breve (Hemingway, Cheever…), pero se da la circunstancia de que Bezmozgis no es estadounidense; tampoco es de Canadá, país de adopción en el que sitúa las siete narraciones que conforman el libro. El joven autor –lo diré ya– es de origen ruso: nació en 1974 en Latvia (Letonia), aunque reside en Toronto desde los seis años, cuando su familia se desplazó a esta ciudad en busca de nuevas oportunidades.

El tema principal de la obra es precisamente la adaptación a la vida canadiense de una familia de origen soviético: los Bermans, que, como los Bezmozgis, son judíos, connotación que da un colorido especial a los relatos. Aunque a rasgos generales el judaísmo opera aquí en segundo plano y su carga religiosa no es tan explícita como en otros autores judíos norteamericanos de adopción, léase los hermanos Singer (Israel Yehoshúa y Bashevis) o Chaim Potok, Natasha incluye en sus páginas un par de relatos que recalcan la condición judía: “Mynjan” y, sobre todo, “Un animal para el recuerdo”, historia en la que la memoria del Holocausto actúa como telón de fondo. (Casualmente –o quizá no tanto– el libro, después de su primera publicación en Canadá, fue editado en Estados Unidos por Farrar, Straus and Giroux, los editores americanos de mi admirado Isaac Bashevis Singer.)

Al amparo de este eje temático central (adaptación del inmigrante a un entorno nuevo), se van abriendo una serie de narraciones de carácter autobiográfico que nos muestran algunos de los episodios más memorables de sus protagonistas: los Bermans (o los Bezmozgis si se prefiere), personajes que aparecerán en capítulos sucesivos, con lo cual su autor puede ahorrar tinta y energías en presentaciones y ahondar sin demora en los matices de sus personalidades. Tampoco hay giros temáticos: la familia como institución y los conflictos identitarios de sus miembros están presentes en todo el libro. Así pues, Natasha es más una novela de relatos que una recopilación de relatos al uso. Quizá para incidir en la similitud que mantiene con la novela –para muchos lectores más accesible que el relato–, la editorial Destino ha titulado este volumen como Natasha, a secas, en vez de transcribir literalmente el título original, Natasha and other stories.

El primer relato, “Tapka”, ambientado en 1980, sirve como presentación de los primeros pasos en Toronto de la familia Bermans, compuesta por el narrador y sus padres, a quienes el primero define como “aristócratas bálticos”. Una prima y un tío del narrador también viven en el mismo bloque, en un piso inferior. Son, digamos, dos familias en una a la que a su vez se van apiñando otros inmigrantes rusos como los Nahumovsky, ese curioso matrimonio que ha convertido a su perrita Tapka en el hijo que nunca tuvieron. Todos ellos piezas de un mismo puzzle, luchan por sobrevivir en un entorno social que pone de manifiesto las limitaciones propias de los inmigrantes. Para afrontar los nuevos retos, lo más urgente es aprender el inglés, que estudian en clases obligatorias.

Roman Bermans, el padre, de profesión masajista (al igual que el padre de David Bezmozgis en la vida real), es un hombre inquieto que se esfuerza por prosperar laboralmente. Quiere montar su propio negocio, pero todo lo tiene en contra: el idioma, la carencia de un título oficial que le acredite profesionalmente, su condición de inmigrante… Pese a todo, va consiguiendo sus objetivos hasta asentarse en la comodidad de la clase media canadiense, tanto que el lector llega a olvidar por momentos los orígenes rusos de la familia.
El relato que da título al libro narra las vicisitudes del narrador, Mark Berman, un adolescente de dieciséis años con ciertas aficiones solipsistas: fumar porros, masturbarse y mirar la televisión. Natascha, una suerte de prima no carnal de catorce años, desinhibida, desnortada y promiscua cual personaje de realismo sucio, destinada a ejercer la prostitución o a trabajar en el cine porno, inicia a su medio primo en la práctica del sexo. La historia supone ya un fotograma de la adaptación (o inadaptación, según se mire) en que ha caído el alter ego de Bezmozgis. Un relato que por su tono recuerda algunos pasajes del Nebraska de David Leavitt –si bien este autor suele ambientar sus relatos y novelas en círculos homosexuales.

Presentado ante los medios como el “perfecto desconocido” que en menos de un año ha dejarlo de serlo, los relatos de Bezmozgis empezaron a llamar la atención de numerosos lectores, escritores consagrados incluidos, conforme vieron la luz en revistas de renombre como Harper´s, Zoetrope y The New Yorker. Relatos que, una vez compilados en este libro, han conocido la traducción de diversas lenguas.

Natascha, una de las obras mimadas por la crítica anglosajona de 2005, ha ganado varios premios. Citemos el Commonwealth Prize for Best First Book o el Nacional Magazine Award. Como colofón, el New York Times lo incluyó en la edición de Best American Short Stories 2005.

También ha tenido –todo hay que decirlo– algún comentario malediciente. Rodrigo Fresán explica en su artículo “La sagrada familia” que el libro ha suscitado la reticencia de un crítico norteamericano –al que no cita en este breve ensayo–, que le afea a Bezgozmis finales prolijos en historias como por ejemplo en la citada “Un animal para el recuerdo”, e insinúa que ésta fue escrita buscando la inclusión de este texto en una antología, una opinión que el propio Fresán, aun generoso en elogios, no desdice. Otros, incluso, ante la avalancha de críticas positivas, han alertado de que es demasiado pronto para hacerle sentar junto a dioses del Olimpo como Saul Bellow o Tobias Wolf. (Nada que objetar a estas pequeñas llamadas de atención: es normal que la admiración que ha levantado este joven autor se manifieste bajo diversos matices).

Cercano a los dramas silenciosos de Raymond Carver –con quien ha sido comparado, entre otros escritores–, David Bezgozmis es un prosista elegante, ameno y luminoso, dotado de un humor sutil con el que administra magistralmente el legado de dos culturas a menudo próximas, cuando no fundidas entre sí: la judía y la norteamericana.


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